Las estafas están a la orden del día. No solo con llamados a gente mayor o hackeos de whatsApp pidiendo dinero, de la manera más simple y hasta lúdica también se esconden los estafadores más hábiles.
Por Natalí Harari, para agencia NA.- Qué lindo es ganar un premio. El simple hecho de anotarnos en un sorteo y resultar ganadores nos da una sensación de satisfacción que a veces no condice con el premio en cuestión.
En Instagram se sortea de todo, desde pasajes de avión y celulares de última generación hasta velas o repasadores. Y no me van a decir que no es lindo llevarse gratis lo que sea.
Un día un centro de estética de mi barrio publicó un sorteo en Instagram y salí ganadora. Feliz, fui a reclamar mi premio y hacer uso de él.
Entonces pensé que la racha tenía que seguir y como el algoritmo detectó que me anotaba a sorteos, cada vez que abría la red social me aparecía una nueva propuesta para participar y claro, cómo no iba a hacerlo si ya había ganado.
Y seguí ganando. Me mandaron por correo un puff que en la foto parecía enorme y al recibirlo tenía el tamaño y la textura de un caniche toy. Pero bueno, a caballo regalado no se le miran los dientes.
Después recibí un empapelado y como siempre, me mencionaron en sus historias y yo agradecí mostrando cómo había quedado la pared de la habitación de mi hija mayor.
Así fue que seguí participando y el siguiente premio me encantó porque también iba a ser para una de mis hijas. Un "maquillador Hollywood": era un escritorio con espejo para maquillarse, esos que tienen lucecitas, muy al estilo Susana Giménez.
Me emocioné, pero algo me hacía desconfiar. Esta vez nadie me felicitó por historias ni me pidió que posara con el premio al recibirlo.
Además, la cuenta de la "fábrica de muebles y espejos" era bastante nueva, los comentarios estaban restringidos y no había un número de teléfono o una página, solo me escribían por mensajes privados de Instagram.
Me ofrecieron retirar mi premio en una dirección de Bahía Blanca que desde Google Maps noté que se trataba de un galpón, sin nombre, sin cartel, sin nada que indicara que esa fábrica estaba ahí.
Como les dije que vivo en Capital Federal, me ofrecieron enviármelo por un valor de 18.500 pesos, que no me pareció caro teniendo en cuenta el costo económico de semejante premio y el peso que tiene el mueble.
Pero mis dudas seguían, la cuenta crecía en seguidores de manera exponencial y me puse a pensar lo siguiente: qué pasa si le escribieron a todas esas personas que enviaron por privado "Participo" y les dijeron que habían ganado y luego les cobraron un envío.
Era plata rápida y fácil y después era tan simple desaparecer como dar de baja la cuenta de Instagram.
Entonces decidí abrir el debate. Lo charlé con mis amigas y con mis compañeros de trabajo y para ese entonces todos los "Quiero ganar" que había que escribir en el feed como comentario ya habían desaparecido, pero ¿cuál había sido la fecha del sorteo? Y ¿por qué seguía vigente si yo ya había ganado?
Mi marido fue quien comprobó que mis miedos no eran infundados.
Empezó a seguir a la cuenta y mandó "Participo" en el sorteo. Al día siguiente, la cuenta de Instagram no existía más.
Necesitaba contar mi experiencia porque por un lado creo que los argentinos somos tan desconfiados que aprendimos a dudar de todo y muchas veces está bien que lo hagamos. Y por otro lado para que estemos más atentos.
Las estafas están a la orden del día. No solo con llamados a gente mayor o hackeos de whatsApp pidiendo dinero, de la manera más simple y hasta lúdica también se esconden los estafadores más hábiles.
Fuente: ambito.com